Atormentos


¿Querés que te cuente
cómo se hace para terminar
con todo, querés que te cuente?
S.L



—Papá era el Feng Shui de la casa— dijo mi hijo mayor. Un segundo antes los habitantes de la misma casi fuimos víctimas de un paro cardíaco colectivo al sentir cómo se desplomaban los diez metros de ancho por seis de alto de la enamorada del muro que recubría una de las paredes del jardín.
Para no faltar a la verdad, creo que lo que más los asustó fue la cara que puse después de que él dijera esa frase.
Había llovido torrencialmente durante días (seguía lloviendo). Hacíamos una cena pic-nic en el living cuyo ventanal da al pasillo adonde estaba la enredadera en cuestión. Yo ya venía cargadita. La fase de la llave térmica que corresponde a ese ambiente y a mi cuarto se empecinaba en saltar. Como mi hogar es actualmente portador de humedades varias, atribuía el cortocircuito al agua bendita que no dejaba de caer y que se habría infiltrado en las benditas paredes, para terminar en algún también bendito cable de mi instalación eléctrica.
Nótese que podría haber dicho “la”, pero dije “mi” instalación eléctrica. Cuando con el que era en ese entonces mi marido compramos esta casa, en plan de ahorro y economía debido a las sorpresas inesperadas que nos depararon el inmueble y su antigüedad, decidimos hacer la instalación eléctrica a nuevo pero, para no gastar en profesionales fui “invitada” por mi ex a realizarla juntos. Como soy mujer de armas tomar, me pareció hasta divertido, y si algo debo agradecerle al padre de mis hijos es que aprendí bastante acerca de cables, polaridades, disyuntores y etcéteras. Lo de divertido en realidad resultó serlo. Ya les conté que la casa es antigua, por consiguiente, adolecía de caños flexibles, aunque sí abundaban los de metal, ésos que de tan viejos ya estaban oxidados y hacían un parto de la pasada del vivo y el neutro. Algunas mujeres sabemos muy bien lo que es un parto. Así que mientras él mandaba a todo a la mierda aduciendo que era imposible que algunos siguieran su curso para verlos aparecer en el extremo indicado, yo, armándome de femenina paciencia intentaba con jabón, aceite, por arriba, por abajo, hasta que ¡voilá!, y disfrutaba de su cara de: ¿Cómo pudo la de los débiles genitales?
Volviendo a las lluvias del principio, sin dejar el cableado, empecé a desenchufar aparatos, subir y bajar térmicas rogando cada vez que no volvieran a saltar, y lo conseguí (la mal entendida estrategia femenina de ganar por cansancio). – Mañana reviso a ver qué diablos es lo que en realidad está haciendo corto.
De más está decir que a los niños los cortes de luz no les causan la más mínima gracia: a mí, menos. Sabía del trabajo que me iba a implicar al otro día dar con la falla pertinente. O sea, a la hora del destrozo vegetal, los infantes ya estaban con una suerte de cagazo chiquito, cagacito le podríamos decir.
Después del estruendo, que en un principio no entendíamos a qué se debía y al verme derrotada, mi hermana, que estaba también en casa, trató de distender los ánimos: — Es sólo una enredadera que se cayó, no es para tanto—. Los chicos, que habían tomado coraje para salir, empezaron a matarse de risa: — Mami, quedó como un túnel. Cuando te vuelvas a casar, pasás por abajo y nosotros caminamos atrás tirando flores—.
Tirando... tirando. Lo único que quería hacer era exactamente eso: tirarme en la cama víctima del desconsuelo. Mientras, comenzaba mi monólogo mental. Ya estoy ducha en eso de callarme, y que la procesión vaya por dentro:
—¡Má que Feng shui tu padre ni qué Feng shui! Si todo se viene abajo en esta casa es porque él hace tieeeempo que no me da ni un peso. Y yo, mis amores, con todo no puedo. El item jardinería, es uno que vengo postergando. La última vez que trepé los seis metros para podar la planta, terminé llena de moretones por asirme en las alturas fuertemente mientras sostenía la tijera, no fuera a ser que se quedaran sin madre. Pensar en jardineros es un lujo asiático en nuestra situación, y si hablamos de hematomas, basta con el que porto en la pierna izquierda desde la rodilla hasta el pie, que ya parece gangrena, fruto de mi último tour por la escalera para subirme al techo y tratar de arreglar unos cables del maldito teléfono que no funciona ya hace dos semanas...
Dormí bárbaro. Terminaron los tres en mi cama, tenían miedo que se cayera algo más.
Al otro día, después de depositar el pool escolar, volví a casa, miré de reojo al producto del derrumbe que inutilizaba el pasillo por el cual habitualmente circulamos y me tiré en la cama, harta de inconvenientes, dispuesta a deprimirme.
Cuando abría a la depresión final, que estaba tocando el timbre, saltaron en mi cabeza los consejos de la terapeuta de mi hermana: — Contra la depresión, nada mejor que liberar endorfinas haciendo ejercicio físico—. Tomé el serrucho y arrasé con años de intensivo cuidado y dedicación en alrededor de dos horas.
No sé si lo liberado fueron endorfinas, o, como me dijo una amiga al comentarle de la inusual luminosidad que, producto del reflejo en la pared ahora desnuda, había en casa: —Tal vez fue necesario que se derrumbara de golpe para que la luz pudiese entrar.
A los chicos, lo primero que se les ocurrió al llegar fue hostigarme porque había hecho desaparecer el túnel nupcial. Los miré, sonreí, y hablé. No entendieron la razón de la frase que me escucharon repetir hasta entrada la noche: — Mucho aferrado, todos estos años, se cae, para darle paso a la claridad.
Quizás, cuando sean más grandes les pueda explicar y hasta entiendan, por qué ese día asesiné a la enamorada del muro.


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